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martes, 22 de marzo de 2016

Una aproximación a la Historia del Culturismo I


La Prehistoria

Fuerza/Civilización: Conceptos antagónicos


Todo el mundo sabe, hoy en día, que casi ningún ser humano puede rivalizar en fuerza con un simple chimpancé adulto y mucho menos con algunos de nuestros otros primos, los orangutanes y gorilas, que muy bien podrían partirnos el cuello de un manotazo.

Los antropólogos nos vienen transmitiendo la idea de que el Ser Humano prehistórico debía de tener una fuerza correspondiente a la de su corpulencia y muy similar a la de nuestros actuales primos, los primates; pero que con el tiempo, debido a su no necesidad, se ha ido atrofiando.

¿Cuáles eran las necesidades de nuestros ancestros? La supervivencia ante un medio hostil y que solo dependía de ellos mismos. Sí, de sus fauces y extremidades. Debían hacer frente al peligro que suponían todo tipo de depredadores. También conseguir un alimento que debió de luchar por su propia supervivencia, además de conseguir guaridas en las que refugiarse de las inclemencias de los elementos.

De forma incorrecta, creemos, algunas veces se nos presenta a nuestros antepasados como pobres enclenques que dependieran de una inteligencia que les habría venido por arte de birlibirloque y que, por consiguiente, el ser humano jamás habría poseído una fuerza mucho mayor de la que hoy puede disfrutar; pero tanto la genética como el físico-culturismo nos vienen a decir lo contrario: Que la potencialidad, en fuerza, del hombre y de la mujer son muy superior a lo que habitualmente se ostenta.

Apenas había surgido la tecnología, fruto de la civilización, el hombre ya era capaz de elevar enormes construcciones megalíticas; e incluso, hará aproximadamente entre tres mil y cuatro mil quinientos años, la gran pirámide de Egipto. Hoy en día nos asombramos de que pudieran realizarse tales prodigios poseyendo, tan solo, una tecnología primitiva. Hoy en día tan solo nos sería posible gracias a las grúas mecánicas y otros equipos de ingeniería electro neumáticos. ¿Qué podían tener nuestros antepasados, además de aquella tecnología, para poder mover tales moles? La Fuerza física, no queda otra.

Conforme la civilización se iba extendiendo y la tecnología perfeccionándose la fuerza iba siendo relegada de nuestras vidas por ser innecesaria y solo se mantuvo activa en algunos ámbitos como los de la construcción, el campo en la agricultura y la ganadería y sobre todo en los ejércitos, donde además de la habilidad era necesaria para lo que siempre fue útil, para preservar la vida.

En la época de la Grecia clásica, sobre todo en Esparta, intentaron recuperar esa Fuerza para que se encontrase al alcance de todos los ciudadanos libres, no solo de los militares o de las gentes del campo y se construyeron los gimnasios, donde iban a instruirse, desnudos, en la fuerza y en la adquisición del conocimiento filosófico de la época.

Posteriormente, durante la oscura época de la edad media, los caballeros portaban enormes mandobles, de un peso considerable, que hoy solo nuestros hombres más fueres podrían empuñar y utilizar. Se ha venido a decir, de forma incorrecta, que aquellos instrumentos no se usaron en batalla sino que eran símbolos de un determinado Status de nobleza; pero lo cierto es que aquellas enormes espadas eran utilizadas y no precisamente por esclavos desnutridos. El hombre de aquellas lejanas épocas era mucho más fuerte de lo que somos hoy en la generalidad.

Es decir, la humanidad, los seres humanos, hemos ido perdiendo fortaleza desde el amanecer de los tiempos hasta nuestros días y el culturismo intenta rehabilitar ese componente genético de la humanidad que, aún tras su evidente atrofia, no se ha perdido y que se hace manifiesto tras el intenso ejercicio y el levantamiento de pesas.

En el remoto pasado no existían los medicamentos, la gente sufría enfermedades gravísimas y terminaban muriendo; pero algunos pocos se inmunizaban y sobrevivían hasta los cuarenta, cincuenta y aún más años. Hoy podemos vivir mucho más gracias a nuestras medicinas; pero a costa de una calidad de vida muy inferior. Esto era así porque la fortaleza de nuestros antepasados residía en su fuerza muscular, circulatoria y respiratoria que podía mandar oxígeno y anticuerpos allá donde fuesen necesarios a una velocidad mucho mayor que la posible hoy en día.

Con el paso del tiempo y tras nuestra atrofia orgánica, entre ella la muscular, nuestro riego sanguíneo se ha relajado hasta convertirse en mucho más vago e ineficiente. Así somos continuo pasto de unas enfermedades, a las que a nuestro cuerpo le cuesta resistir y que solo con la ayuda de la química farmacéutica podemos combatir.

La documentación de todo lo expuesto está no solo en los libros sino fluyendo por Internet y es de una lógica tan aplastante que no es difícil convencernos del por qué el hombre prehistórico, con sus medios tecnológicos rudimentarios, podía hacer frente a retos que hoy en día con nuestros impresionantes avances científicos, nos parecen increíbles.

La antropología moderna está más cercana a considerar a quienes construyeron las antiguas pirámides de Egipto, más que como escuálidos esclavos, como a obreros bien pagados, fuertes y bien alimentados. Y con esto, no queremos decir ni mucho menos, que se tratasen de gigantes que pudieran trasladar aquellas enormes piedras sin la ayuda de tecnología alguna.

Hoy cualquier mindundi puede manejar la más poderosa de las grúas electromecánica con un simple joystick o una delgadísima jovencita manejar un enorme tráiler con dirección asistida; pero en aquella lejana época nuestra tecnología no existía y la rudimentaria existente debía de ser utilizada con una fuerza mucho mayor que la utilizada hoy en día.

Es decir, las comodidades derivadas de la civilización, nos ha ido atrofiando físicamente y lo que hoy denominamos como hipertrofia muscular quizá no sea otra cosa que el medio que utilizan algunos de los nuestros para recuperar aquello que estando latente genéticamente, aún nos pertenece.

Aralba

Próxima entrega: El Mundo Antiguo


lunes, 21 de marzo de 2016

Un buen lugar para progresar



Foto: Soledad Fernández (Directora de la Escuela)

Con nuestro Profesor, Ángel Alcalá, y el resto de alumnos del Curso de Entrenador de Musculación, (Feb/Abr-2016) impartido por la Escuela FYM Training, en el Gimnasio Body Factory.

martes, 8 de marzo de 2016

En Marcha


Pasar de los cincuenta y nueve kilos, cuando tenía veintitantos años, hasta los noventa y cuatro que llegué a pesar, hará un par de años, se produjo en un tiempo de más de treinta años y un drástico cambio de metabolismo aliñado con un prolongado periodo de inactividad física y un tabaquismo, no habitual y diario; pero sí prolongado en el tiempo.

Tomar consciencia de un deterioro físico y emocional progresivo no fue fácil, a pesar de la evidencia morfológica, hasta que comienzas a sufrir sus consecuencias: hormigueo primero y luego picor en la parte baja de las piernas,a la altura de los tobillos, aparición de arañas vasculares que venían presumiendo la pronta aparición de las terribles y preocupantes varices y, lo peor de todo, la fatiga crónica y dificultad respiratoria que impedía que pudiese correr para no perder el transporte público y que incluso nos llevó, en alguna ocasión, al borde de la lipotimia.

Las herramientas las tenía en el interior de la casa y en el exterior, en la calle. Pesos libres, bicicleta elíptica y otra serie de utensilios que, desde hacía tiempo, se encontraban guardados en algún rincón de la casa criando telarañas. Afuera, una serie de hermosos parques y circuitos específicos para bicicletas y running.

Aun así  debería luchar todavía, durante un cierto tiempo, contra la desidia y la pereza. Ya saben, aquello de hoy no comienzo que estoy muy cansado, mañana comenzaré; pero ese comenzar nunca se producía hasta que, reconozco que no sabría explicarlo, un día me decidí a levantarme y poner en marcha todo aquello que había estado fermentando en mi interior durante los días anteriores; pero lo curioso fue que no me dirigí a un gimnasio cercano para apuntarme y utilizar sus máquinas e instalaciones.

Comencé primero a hacer un uso habitual, no continuo aún, de mis artefactos de fitness hasta que reduje esos terribles noventa y cuatro kilos de desorden interno en noventa y uno y fue entonces, con la visita prescrita, al médico de cabecera que nos enteramos, tras los pertinentes análisis, que esa grasa no solo era superficial, sino que se encontraba atenazando nuestros órganos internos y el miedo nos llevó a buscar un medio previo al de apuntarnos, de forma definitiva, a un gimnasio o ponernos en mano de algún entrenador personal. Así nos apuntamos a una escuela de monitores de gym.

Gracias al aprendizaje en la escuela, donde aún estamos, comencé a estructurar con criterio científico un desordenado circuito de ejercicios que me podría estar ayudando en algo, no lo dudo; pero que no me hacía progresar de forma eficiente y que, además, me provocaba pequeñas lesiones musculares y articulares que me hacían desistir de continuar con el entrenamiento. Una vez detectado el problema y corregido el circuito de ejercicios, así como su intensidad, el peso y resistencia utilizados, empecé por primera vez a sentirme bien, realmente bien.

Abandonados los hábitos sedentarios y todo aquello que intuía no me estaba beneficiando en nada, pasé de un circuito multilateral y generalista que trabajaba tanto los músculos chicos como los grandes de todo el cuerpo y con unas cargas muy livianas, todo ello por algo más de un mes, a otras sesiones más específicas que me permitían concentrarme más en determinadas partes del cuerpo: piernas, brazos, hombros, pectorales, espalda, dorsales y abdominales.

Ejercitándolas por separado, dejando algunos días de descanso entre sesiones, comencé a sentirme mejor y a notar que un calentamiento previo y específico, de intensidad baja, prevenía, con bastante eficacia, el dolor de los tendones y articulaciones muy a pesar de que comenzaba a trabajar con cargas cada vez más elevadas.

La alimentación y los suplementos nutricionales también están cumpliendo su función recuperadora y al presente es lo poco que os puedo contar. Nos gustaría tener algún tipo de actividad diaria, chamba o trabajo, que nos supusiese un más efectivo descanso nocturno; pero es lo que hay y con eso tenemos que lidiar.

Andamos notando un mejor tono muscular y un contorno más redondeado o definido y menos amorfo que nos incita a continuar con el trabajo emprendido de mejoramiento personal. 

Espero que si alguno de ustedes se ha sentido identificado, con lo arriba expuesto, también sienta la necesidad de ponerse en marcha y no permitir que el deterioro físico perjudique su estructura completa, como persona, incluida la emocional y mental.

A pesar de que los avances aún nos parecen escasos, seguimos en marcha buscando la meta del bienestar general, sabiendo que es un trabajo que se conseguirá paso a paso, poco a poco; pero sin perder la esperanza de que iremos, con el necesario tesón, desprendiéndonos de una parte importante de la excesiva grasa para ir sustituyéndola por materia magra, acompañada de un sentirse bien con uno mismo

Aralba